Los servicios de alarma eran algo más tensos en el cuarenta. El riesgo era, digamos, infinitamente mayor. Hoy estas alarmas a pie de avión me traen a la memoria aquellas. No recuerdo cual fue la ultima. La última nunca la recuerdas. Tan solo quedan momentos, sensaciones difusas, recuerdos fugaces que uno ya no sabe si son fruto de la lectura o del pasado. Pero algo queda. Siempre ha sido así. Algo queda. En aquellos días la incertidumbre era total. Vivíamos cada momento como si fuera el último. Demasiados no regresaban. Demasiados.
Era duro. Era extraño. La guerra era fría. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Nunca hubo lugar para el romanticismo. Teníamos miedo. Un miedo brutal a salir, a volar, a combatir... pero era nuestro deber. Pilotos jóvenes, casi niños, cumplían con su deber y callaban, a pesar de subirse enfermos de pánico a sus Hurricanes, a sus Spitfires. Aquellas alarmas eran diferentes. No había planes para mañana. No mirábamos la previsión de olas para nuestro día libre. Con suerte cada veinte o treinta servicios podías disfrutar de algunos días en el campo, lejos de la guerra. Muchos no lo soportaban, sabiendo que era una ilusión fugaz, sabiendo que en breve volverían ahí arriba. Casi era mejor hacerlo del tirón. Hasta el final.
No recuerdo la última alarma. La última, nunca la recuerdas...
11 julio 2009
El segundo día resultó ser sábado, y es que trabajando día si, día no, de junio a octubre, al final uno pierde la referencia de la semana. Más de una vez he ido a comprar dándome cuenta de que era domingo al ver la tienda cerrada... Bajé del coche y vi que había olas. Sonrisa. Cogí la tabla y comencé el paseo hasta la playa. Esta vez había no menos de quince surfistas en el agua. El estado del mar era similar al del último día. Tal vez un poco más grande. Era obvio donde rompían las mejores olas, pero como ahí estaba todo el mundo, y como no necesito mucho mas, me decidí por un segundo punto situado algo más al este. Siempre intentando minimizar la remada hasta el pico, observe con cuidado el mar y entre por la zona en la que menos olas rompían. Me sorprendió lo fácil que me resulto llegar. Después, unas cuantas brazadas en paralelo a la costa y listo, justo donde quería estar.
Las olas fueron muy guapas. Como siempre, hasta la orilla. No todas resultaron fáciles, ni mucho menos. Más de una vez me vi incapaz de ponerme de pie, pudiendo solo colocar el pie trasero, y quedando la rodilla delantera sobre la tabla. Cagüentó que rabia me da eso. Insistí mucho en corregirlo. Si me levanto, me levanto, y punto. Poco a poco la gente fue saliendo del agua, hasta quedarnos tres tíos. A la hora y pico salí a comer algo. La marea fue bajando y las olas se fueron desplazando hacia la derecha, así que pasado un rato cogí las cosas y me trasladé un poco hacia el este. Justo cuando me disponía a entrar de nuevo apareció la pareja de alemanes del otro día. Nos saludamos, cruzamos tres palabras y entramos en el agua. Al igual que la otra vez, ellos se quedaron en la zona de espumas. Estuve poco más de una hora en el agua, cogiendo algunas olas buenas, hasta que ya cansado decidí salir y poner rumbo a casa.
El tercer día el mar estaba muy movido. Las olas no eran limpias y la corriente era fuerte cuando llegué. Indeciso volví al coche donde comí algo y me eché una buena siesta. Me desperté a las seis y volví a bajar a la arena. Observé el mar y decidí que podía intentar entrar. Justo en ese momento un tío con su tabla apareció tras las rocas y entro en el mar. Le observé un rato y vi que no terminaba de encontrar la posición. Como he dicho, el mar estaba muy revuelto. Cogí la tabla, me puse el traje y baje de nuevo hasta la orilla.
Nunca me había pasado esto; estuve de pie, con la tabla bajo el brazo, en la orilla, no menos de quince minutos. Indeciso. Temeroso. No terminaba de encontrar el momento. El pensamiento recurrente era ahí dentro lo vas a pasar mal. Miedo. Soledad. Un paso que solo tu puedes dar. Las olas eran grandes. La zona de espumas mucho más ancha que los otros días. La corriente fuerte. El mar revuelto. Tras esos quince minutos de profunda soledad vi un hueco y entré. Remé a toda velocidad, intentando estar lo menos posible en la zona donde las olas rompían. Esta vez, ahí dentro, pasado el punto de rompiente la corriente era incomoda. Tenía que estar continuamente remando para mantener la posición.
Poco a poco fui remando hacia el extremo este de la playa, donde rompían las mejores olas, donde estaban las rocas. No me hacia mucha gracia lo de las rocas, pero tenía que pillar por lo menos una ola. Por lo menos una. Estuve mucho tiempo esperando el momento, sintiendo las olas pasar por debajo de mi tabla, hasta que llego mi ola. Reme y la cogí. Era potente para mi nivel y como siempre me llevo hasta la orilla. Salí emocionado y volví a quedarme de pie con la tabla bajo el brazo. Una mas. Vamos por una mas. Esperé el momento, aunque tal vez debería haber esperado mas, y volví a entrar. Esta vez las series me rompieron en la cabeza demasiadas veces y me dificultaron bastante el acceso. Realmente es lo más duro del surf, lo más difícil, entrar, y nadie enseña esa parte en la tele.
Al final fueron dos olas. Dos olas que valieron la pena. Valió la pena la indecisión. Valió la pena el miedo. Valió la pena la decisión interior. Y me quedé con ganas de mas.
10 julio 2009
Se me acumulan las historias, entre comillas.
Al final, cogí la tabla. Con el pulso acelerado, esperando esa primera ola en el Atlántico, volví a la playa. La pareja de germanos ya estaba en el agua y para mi sorpresa descubrí que parecían saber bastante menos que yo, que ya es decir. Yo que esperaba verlos cabalgando las olas al más puro estilo "longboard", yo que esperaba poder preguntarles alguna de mis dudas, pues nada. Ambos dos se habían separado. A él parecía haberle arrastrado la corriente hacia la derecha, y peleaba por pasar la zona de espumas. Ella en su posición inicial se conformaba con coger las olas rotas que le llegaban. Todavía sorprendido comencé a remar. La corriente en la zona de espumas si era algo molesta, pero una vez superado el punto en el que rompían las olas, la corriente parecía desaparecer.
Me quedé ahí un buen rato, como hago siempre, dejando pasar varias olas, analizando la situación, confirmando que no me movía respecto a la orilla. Mientras tanto mis amigos germanos continuaban cogiendo espumas. Ahí viene mi primera ola. Remo, remo, venga rema más y... ¡babum! La punta hundida. Salgo disparado hacia delante. Revolcón. Cagüentó. Bueno, al menos la ola me ha arrastrado poco y no me ha sacado casi nada. Me subo y vuelvo a recuperar mi posición... Ella me ve y me hace el gesto internacionalmente conocido como menuda leche chaval a lo que yo le contesto el típico gesto de "pues si, pues si". Espero unos minutillos más. Ahí viene otra ola. Esta si. Corrijo mi posición en la tabla para que no se me hunda la punta. La verdad es que las olas no son ninguna maravilla, pero a la vista esta que por ahora no necesito mas. Suben demasiado rápido y demasiado verticales y rompen en seguida. Esta vez si. Remo, siento que me arrastra, me pongo de pie y una sonrisa se me escapa mientras dejo que la ola me lleve hasta la orilla.
Normalmente la mayoría de los surfistas con los que he coincidido sueltan la ola en cuanto esta pierde la pared, o en cuanto se aburren, u obviamente en cuanto esta deja de arrastrarles. Se que esto es debido a sus tablas cortas. O eso creo. Pero mi tabla es lo suficientemente grande como para permitirme disfrutar de la ola hasta la orilla. Ahora bien, lo segundo que pienso nada más bajarme de la tabla es quien demonios me mandara a mi seguir la ola hasta la orilla; ¡ahora tengo que volver a remar hasta allí!. Si al hecho de que vuelvo a estar literalmente en la orilla, unimos el que con esta tabla no puedo hacer el pato (no puedo sumergirla para pasar por debajo de las olas) el resultado es que por cada ola que surfeo, ¡me toca volver a remar como un galeote hasta pasar el punto de rompiente! A veces resulta frustrante, sobre todo si me comparo con los chicos de las tablas cortas, porque primero, ellos si pueden hacer el pato, y segundo, ellos dejan la ola mucho antes que yo, por lo que tienen mucha menos distancia que remontar. Lo dicho, frustrante. Pero no puedo evitarlo, no puedo evitarlo, y no es porque todavía sepa poco, no es porque me falte experiencia, pues se que lo que yo quiero cada vez que cojo una ola, es surfearla hasta la orilla.
Al remontar pasé al lado de la mujer alemana y rápidamente le dije que debería intentar sobrepasar la zona de espumas, que ahí adentro no había corriente y que podría intentar coger una ola en condiciones, pero me dijo que no, que prefería quedarse ahí, donde hacia pie, que su tabla era demasiado grande; bueno, entre el ruido del mar y su ingles germanizado no se si me dijo eso, o que las olas eran demasiado grandes. Total que le dije ok, me dijo good luck y seguí remando. Good luck, joder, ni que me fuera a meter en Pipeline o algo así, pero bueno, fue de agradecer jeje.
Y así transcurrió mi primera sesión atlántica, con olas de poco más de un metro, la playa desierta y dos germanos. Estuve en el agua cerca de tres horas antes de salir. Metí la tabla en el coche y puse rumbo a Santiago, con una sonrisa en la cara, sabiendo que al día siguiente volvería.
9 julio 2009
Es difícil de comprender lo que vale una ola. Es difícil de comprender. Todavía estoy cansado, tengo el gemelo hecho polvo por un tirón de la tabla en una caída, tengo un corte en el empeine cortesía de una de las aletas, tengo la frente quemada por el sol y los hombros listos para un buen masaje. Estoy cansado. Sin embargo se que mañana volveré a coger el coche y volveré a conducir una hora hasta esa playa solitaria, hasta esa ola.
Esto esta siendo una buena experiencia. Lejos queda mi bahía; lejos queda asomarme al balcón para ver las olas; lejos queda bajar andando a la playa con el traje puesto. Google Earth ha resultado un buen aliado. La verdad es que sin una vista satélite me hubiera costado esto muchísimo mas. Localizar una playa con la orientación adecuada, no demasiado lejos de aquí. Y los accesos. Todo el mundo sabe que los kilómetros gallegos miden más que los del resto de España, pero de sus accesos a las playas nadie habla. Os juro que llevo una brújula en el coche para medio-orientarme entre los bosques de eucaliptos, porque aquí ni GPS, que por cierto no tengo, ni nada, pues yo diría que el 75% de los caminos están sin cartografiar. Y por supuesto los carteles brillan absolutamente por su ausencia. Aquí todo esta clarísimo para el paisano que vive en el concello, pero el foráneo puede flipar rápidamente. Menos mal que tras ocho años viniendo a estas tierras ya estoy curado de espanto.
Me decidí por una playa. Esta relativamente cerca de una carretera nacional, así que no podía ser demasiado difícil llegar. La previsión no era excesivamente brillante, pero yo no necesito nada más. Un metro, y la dirección adecuada. Además el día anterior había estado volando sobre esa playa y con la misma previsión las olas rompían a lo largo de toda ella; y es que el Atlántico no es el viejo Mediterráneo. Tras más de una hora de coche creo localizar el camino de cabras que accede a la playa. Tras varios kilómetros por el llego a un pequeño aparcamiento de tierra en el que hay un par de coches. Delante de mí se extiende una playa de arena blanca de no menos de tres kilómetros de longitud. Y las olas... Cierro el coche y me acerco hasta la orilla por un camino de madera. Estoy nervioso. Las olas que desde lejos parecían olitas resultan ser mucho más grandes de lo que yo esperaba. Cagüentó. La playa esta desierta. No hay nadie a la vista y la marea acaba de subir.
Las mareas son algo nuevo en mi surf. El Mediterráneo no tiene mareas. He intentado leer algo al respecto en internuez, pero lo único que he sacado en claro es que algunos sitios funcionan mejor con marea alta, otros con marea baja, otros solo durante un par de horas con la marea subiendo, etc... Como no tenía ni idea de como estaría el tema en esta playa en cuestión, simplemente cogí el coche y fui, eso si, habiéndome estudiado las mareas para el día. Como he dicho llegue con marea alta y flipé. De nuevo esto no tiene nada que ver con el Mediterráneo, en el que te metes en el agua sin mayor problema casi cualquier día del año. Aquí la corriente a medio metro de la orilla era considerable. Se veía claramente desde fuera. También se veía que la profundidad aumentaba una burrada en los primeros metros. Se veía cuando se retiraba el mar, creando un vacío de agua que rápidamente era ocupado por una ola enroscada que explotaba literalmente en la orilla. Detrás, tras esa primera barrera de olas, estaban las espumas, provenientes de las olas de verdad, que rompían bastante más adentro. Me quedo acojonado. Vamos, ni de coña me meto yo aquí solo. Sin conocer la playa, sin conocer el fondo, sin nadie a la vista. No me da miedo el mar, pero siempre hay que respetarlo. Siempre, o te puedes llevar un buen susto.
Me siento en la arena y observo el mar. Observo las olas, como rompen, cada cuanto vienen, hacia donde van, hacia donde va la corriente. Estoy totalmente convencido de que ahí no puedo entrar. No sin que alguien entre delante de mí. Pasados quince o veinte minutos me doy la vuelta y vuelvo al coche. Desde el aparcamiento las olas vuelven a parecer preciosas y accesibles... Arranco y vuelvo a la carretera. Voy a investigar otra playa que también tenía localizada en el satélite jeje. Esta vez la carretera se separa de la costa y no paso ningún desvío indicando la playa. Se que me he pasado. La playa esta antes de esa montaña. Doy media vuelta. Esta vez, en sentido contrario, veo un cartelito artesanal que indica en un desvío praia. Como no tengo nada que perder, lo tomo y comienza la aventura gallega. En menos de un minuto estoy en medio de un bosque, por una carretera a duras penas asfaltada en la que dos coches tendrían problemas para pasar simultáneamente. Los desvíos se suceden uno detrás de otros sin la menor indicación mientras yo intento mantenerme en la vía principal. Hace rato que he sacado la brújula de la guantera. Tras más de diez minutos así llego a lo que podríamos llamar una aldea; un par de casas por aquí, otra allí... y veo que la carretera desciende. Bueno, seguro que la playa esta abajo. Con más fe que otra cosa sigo conduciendo hasta que veo un cartel que pone chiringuito, así, sin mas. Como en mi tierra los chiringuitos suelen estar en la playa, sigo. Al rato la carretera termina. A mi derecha hay una edificación que doy por supuesto será el chiringuito. Delante de mí, a cien metros monte a través, esta la playa.
Ya son las tres y pico y comienzo a tener hambre. Cojo la mochila, el gorro y el agua y bajo a investigar. Esta playa me gusta menos que la otra. Tendrá poco más de un kilómetro, es curva y tiene bastantes rocas. La marea va bajando poco a poco, pero todavía esta alta, y la corriente en la orilla es fuerte, o por lo menos a mi me lo parece, y cada vez que el mar se retira, veo las rocas del fondo... Me siento y me como el bocata hábilmente preparado para la ocasión. Doy un paseo por la orilla y vuelvo al coche. Brújula en mano, mirando la posición del sol y de la montaña más próxima, emprendo la aventura de volver a la carretera principal. Esta vez me cuesta más que antes, que ya es decir. Intento recordar los cruces por los que he venido. En dos ocasiones me toca dar marcha atrás al darme cuenta de que no era por ahí. Se que manteniendo esta dirección general tarde o temprano llegaré a la carretera, pero manda huevos... Al final llegué y decidí volver a la primera playa, cuyo acceso me pareció digno de mención en comparación con el otro. De nuevo dejo el coche y bajo a la playa.
La marea ha bajado considerablemente y el mar parece ahora mucho más accesible. Nervioso, me siento. Lo observo. Las olas. La dirección. Me quito la camiseta y me meto en el agua. La corriente se nota, pero se puede entrar. El agua esta fresca, pero menos de lo que esperaba. Avanzo un poco y veo y siento las olas en directo. Se puede entrar, se puede entrar sin problemas. Salgo, me seco y vuelvo al coche, que dicho sea de paso, esta a cinco minutos andando, cuando me encuentro por el camino a una pareja de germanos, el y ella, con sendos tablones bajo el brazo. ¡Cual es mi alegría! Como aspecto de iberos no tienen, les pregunto si hablan español, a lo que responden negativamente. ¿Ingles? Si, ingles si, así que les cuento mi historia y les pregunto si conocen la playa. Me dicen que ayer estuvieron aquí, que efectivamente la corriente va hacia la derecha y que si soy experto las mejores olas están al este, pero que hay rocas sumergidas... ¿Experto? Están flipando. Les digo que ni de coña, que yo siempre estoy aprendiendo y que voy al coche a por mi tabla.
7 julio 2009
Despegamos rumbo al mar. La meteo no era buena y la predicción era peor, pero bueno, por suerte o por desgracia, estamos acostumbrados a volar así. Subo el tren y viro derecha. Más nubes. Cagüentó. Bueno, da igual, yo creo que si llegamos a la ria; ahora descendemos y nos metemos en el valle. Las primeras nubes estaban a poco más de quinientos pies sobre la pista, pero eso engaña, ya que el campo se encuentra elevado, sobre una pequeña montaña. Ya veo el camino. Nada, llegar a esta ria no va a ser ningún problema; sin embargo aquella si que parece cerrada por completo. Tan solo espero que no se nos cierre el camino de vuelta; como he dicho, la previsión era peor.
Llegamos al mar. Hace muchos meses que no cargo en el mar, así que vamos a empezar poco a poco. Lo bueno de las rías es eso, que te permiten elegir el grado de "mar", como nosotros decimos, con el que quieres entrenar. Las primeras cargas las realizamos tan al interior como la marea, las bateas, las balizas y los barcos nos lo permiten. Aquí el agua esta plana, prácticamente como en un pantano. Lo que más complicado me resulta es averiguar la dirección del viento. En los pantanos es fácil, pero aquí, el mar se mueve demasiado como para poder ver con facilidad en la superficie de donde sopla el viento. Decido bajar un poco más y veo que una boya tiene una pequeña banderita que amablemente me indica que el viento viene del noroeste. Genial.
Un par de cargas como toma de contacto y cambiamos de lugar. Algo más afuera. Un par de cargas más. Mi segundo, un piloto con siete años de experiencia, pero con poco más de uno en este avión y en este particular tipo de vuelo, tiene problemas para cargar. El mar no es como el pantano, ni si quiera aquí, en la ria. Le explico que solo comete un pequeño error, la velocidad. La velocidad es fundamental en el mar. En un pantano, si quieres, puedes bajar hasta los 50 nudos, dejando que el avión se asiente y literalmente se hunda en el agua, pero en el mar no; o por lo menos a mi no me gusta hacerlo. Le recomiendo que no baje de 70 nudos en la maniobra. En mi opinión hay que cambiar el chip: en lugar de pensar que estas haciendo una "toma y despegue", en la que el avión vuela, se posa y rueda, y luego vuelve a volar, hay que pensar que la carga en el mar es una maniobra más dinámica, en la que el avión no deja de volar en ningún momento; lo que si hacemos es volar muy bajo, tan bajo como para que el casco del avión vaya rozando la superficie del agua. De ahí la importancia de la velocidad; debemos llevar una velocidad lo suficientemente alta como para poder irnos al aire con seguridad en cuanto nosotros queramos, en cuanto metamos un golpe de motor. ¿Por que? Porque las olas en el mar actúan literalmente como trampolines; te van escupiendo, te van echando del agua, y si una ola es lo suficientemente grande como para levantarte algunos metros de la superficie, si no tienes velocidad para volar, literalmente te caes, te desplomas, y la reentrada en el mar en esas condiciones no es ni saludable, ni agradable, créanme... Así pues, lo que quieres es ir rápido, rozando la velocidad de rotación, para poder cargar rozando la superficie, rozando la cresta de las olas y para poder irte al aire con seguridad, como tarde dos segundos después de haberlo decidido.
Poco a poco seguimos adentrándonos en el mar. Ahora se aprecia claramente el sistema. El sistema es el frente olas; la dirección básica en la que se mueve la masa de agua, el swell, en ingles. Aquí hay varias escuelas, y según vas ganando experiencia, vas criticando los defectos de unas y valorando las ventajas de las otras. En otra ocasión escribiré más en profundidad sobre el tema. A nosotros se nos enseña a cargar paralelos al sistema; yendo paralelos a la ola, o lo que es lo mismo, yendo en perpendicular al avance de la ola. Lo ideal seria comenzar la carga en la pared de la ola y no soltarla hasta haber completado la carga. De esta manera, moviéndote con la ola, ¡no hay olas que te molesten! Pero por desgracia esto no es posible. Obviamente siempre vamos mucho más rápidos que las olas y no podemos adaptarnos a ellas. Siempre acabas "pasándote" de una ola a la siguiente. El sistema siempre te pasa por debajo, de un lado a otro, mientras tu solo te preocupas de mantener el rumbo, la velocidad, la posición del morro y de los planos, y de tener todos tus sentidos al 100% por si el mar te expulsa.
Al principio es un infierno, un maldito infierno cargar en el mar. Acostumbrados a los pantanos en los que la maniobra acaba siendo sencilla y suave, el mar es muy, muy complicado. Hay pilotos a los que no les gusta nada, y cuando digo nada, es nada; en mi caso, el mar ha terminado siendo un reto, algo diferente a la operación normal. He cometido muchos errores en el mar y cometeré muchos mas, y estoy lejos de ser un experto en la materia, pero me gusta. Cuando vas cogiendo experiencia la maniobra parece ralentizarse; te vas dando cuenta de muchísimas cosas mas. Es como si tu cerebro fuera capaz de analizar más información. Terminas sintiendo el vuelo del avión literalmente con el culo, con la presión cambiante en el asiento con cada bote, relajas los hombros y la espalda, y la apoyas bien en el respaldo, contraes los abdominales durante la maniobra para proteger la columna en los botes, observas las olas, cada una de ellas, ves la que te va a golpear y adecuas la velocidad y la posición del avión para pillarlas de la mejor manera posible, incluso para utilizarlas en tu propio beneficio, para quedarte más tiempo en el agua, o para irte al aire.
Ya estábamos fuera de la ria, así que decidí poner rumbo norte para hacer alguna carga más en la ria de Noia. Ya desde nuestra posición podíamos ver que las nubes iban a ser un factor a tener en cuenta. Delante de nosotros, que no volábamos a más de 300 pies, las nubes descendían y terminaban rozando el mar. Creo que por allí hay un hueco. Maniobro, ascendiendo para ver bien ese pequeño claro entra las nubes. Veo el mar. No hay peligro así que me meto por él y volvemos a descender. Vuelvo a ver la costa y pongo rumbo este, hacia el interior de la ria. Las nubes están agarradas a los montes que nacen del mar. El espectáculo es sobrecogedor. Volamos por debajo de un techo completo de nubes que no estará a más de 700 pies y trozos de estas descienden casi hasta el mar. Delante de nosotros no llegamos a ver el final de la ria. Seguimos maniobrando siguiendo la costa, robando algunos metros de visibilidad delante de nosotros. De nuevo un claro que nos permite ver con claridad que no es posible seguir adelante. Los montes que forman la ria llegan a la altura de las nubes y sus cumbres están oscurecidas, y aunque se que arriba no hay nada, y que podría meter motor y salir por encima de las nubes, quiero seguir volando en visual, así que viramos 180° y ponemos rumbo oeste, de nuevo hacia el mar, con la intención de volver a entrar por la ria de Arosa, para después seguir por el valle del Ulla hasta el campo; pero a los pocos segundos veo un claro a mi izquierda, encima de las montañas. Tal vez podamos cruzar por ahí, con rumbo sur, y así nos evitamos bordear la cadena montañosa hasta el mar. Metemos motor y ascendemos. ¿Entraremos? La verdad es que no lo tengo claro... Seguimos subiendo. Se que en cualquier momento puedo dar la vuelta y volver a bajar al mar, así que, obviamente, no estoy preocupado. Me encanta volar así; es mas, esto es volar, todo lo demás, no lo es. Seguimos y coronamos la cima, y al otro lado las nubes nos dejan ver el mar. Que preciosidad. Corto motor y nos tiramos por la ladera de la montaña, de nuevo hacia el agua.
Llevamos casi dos horas de vuelo y para despedirnos realizamos un par de cargas más antes de poner rumbo al campo, siguiendo el río Ulla... Me encanta volar así. No me cansaré de decirlo. El vuelo en incendio es el último bastión, el último vestigio de aviación que queda en el mundo. Aviación con mayúscula, donde tus manos, tus sensaciones, tu experiencia y tus ganas marcan la diferencia entre cumplir la misión, o no cumplirla. Hoy solo ha sido un vuelo de instrucción en el que podría haberme vuelto a casa por las condiciones meteorológicas, pero hay que entrenar, y lo hemos hecho, como siempre, con total seguridad. En incendios hemos volado en los que las condiciones meteorológicas, la visibilidad y la orografía eran mucho peor, incendios en los que solo nosotros volábamos. Nos encanta esa sensación; la sensación de saber que los demás no pueden o no quieren salir, mientras nosotros estamos ahí, volando.
5 julio 2009