Cuadernos de un aviador inquieto

AMAZINANTE EDICIONES

Guadaña

-Ese día vimos la guadaña muy, muy cerca...

Anoche estuve cenando con un compañero de trabajo. Un buen amigo y un buen piloto. No nos veíamos desde hacia dos meses, pues hemos estado en destacamentos diferentes. Había un rumor, bueno, más que un rumor, circulando por la unidad: volando en uno de los incendios del noreste de España, en el que habían fallecido cuatro personas, él, su tripulación y su avión se vieron arrastrados por una descendencia brutal de la que, palabras textuales, no esperaron salir vivos.

La meteo era infernal. Tormentas, rayos, viento y turbulencia. Por desgracia como pasa siempre en España todo se hace a posteriori. Al haber fallecido cuatro bomberos en el incendio, la comunidad autónoma no escatimaba en medios. Todos los pilotos sentían la presión en el ambiente. Las condiciones era extremas, pero se sentían obligados a salir a volar. Nadie quería cantar la gallina. Nadie quería ser el primero en retirarse. Y por poco se lía parda.

Con seis toneladas de agua en la panza comenzaron un amplio viraje para descargar. A algo menos de 2000 pies de altitud y sorprendentemente lejos de cualquier ladera Jorge sintió que el avión se quedaba fofo. Tal vez no sea un termino muy preciso, pero el que ha volado entre montañas con turbulencia sabe a lo que me refiero. Yo se a lo que él se refiere. El avión tiene mando, pero algo no va bien. Mueves la palanca y los pedales y ves que la respuesta no es la que debería ser. Empezó a preguntarse que podía ser cuando de repente se vio flotando sobre el asiento, tan solo unido a él por los atalajes. El avión había comenzado a caer. Literalmente.

Pocas veces, pero a veces parece que juguemos con la muerte

Cuando la aceleración se igualó y cayó sobre su asiento, vio por la ventana como todo a su alrededor ascendía. Estaban cayendo. Un vistazo a la velocidad. El avión debería volar a esta velocidad. -¿Que demonios esta pasando?- Mete motor a tope y limpia el flap. Busca aumentar la velocidad. Siguen cayendo. Lo primero que me dijo que se le pasó por la cabeza fue que estaba cayendo en una barrena plana. ¿Pero como era eso posible? La perdida no estaba sonando. La perdida nunca llegó a sonar. La velocidad comenzó a aumentar tímidamente mientras los dos motores daban todo lo que podían sacar de sus casi 5000 caballos. -¿¡Pero por que no vuela, por que no vuela!? ¡Tengo velocidad pero el avión sigue cayendo! Estoy en barrena, estoy en barrena, pero no puede ser-. El altímetro dando vueltas como en las malditas películas. Seguían cayendo. Motor y algo de morro alto. No hay absolutamente nada más que un piloto pueda hacer en esta situación. Tan solo quedaba esperar... y rezar.

Lo siguiente que le pasó por la cabeza fue -voy a matar a mi tripulación, les voy a matar y no puedo hacer nada más por evitarlo; confían en mi y les voy a matar-. Inmediatamente después -como demonios le voy a decir a María que voy a morir; como se va a enterar; quien se lo va a decir; se lo quiero decir yo, pero no se como-. Las comunicaciones por la radio eran un caos. No había manera de enterarse de nada. Pero daba igual, tampoco tenían nada que comunicar. Estaban cayendo e iban a morir. El siguiente pensamiento -vale, nos caemos, pero voy a intentar meter este pájaro en el lugar más apropiado; tal vez un aterrizaje forzoso; tal vez me de tiempo; tal vez.

Entre el caos de la radio, las sensaciones, los pensamientos y el flujo de información recorriendo su cerebro a toda velocidad Jorge nunca llego a escuchar como le decían -¡tira el agua, lanza el agua!- A él no se le pasó por la cabeza y según me dijo es de lo único de lo que se arrepiente. Lanzar el agua es el primer paso en una emergencia. Desprenderte de 6000 kilos de agua puede significar la diferencia entre la vida y la muerte, y eso entrenamos en cada simulacro de emergencia. Es algo que tenemos automatizado. Pero eso no era una emergencia estándar. El seguía sin saber que pasaba. -¡Maldita sea, el avión tiene potencia y velocidad y debería volar, pero no lo hace! ¡No lo hace! ¡Seguimos cayendo!

Tal y como empezó, terminó. En un instante el avión volvió a volar. El variometro recorrió la escala desde los valores negativos hasta la posición de ascenso. Un vistazo rápido al altímetro permitía leer 150 pies. Ciento cincuenta pies. Maldita sea. Habían caído casi dos mil pies. Sin control. Ahora si lanzó el agua; visto lo visto de poco hubiera servido lanzarla antes. ¿O tal vez si? Como he dicho, es de lo único de lo que se arrepiente. El otro hidro que volaba en el incendio lo vio todo desde atrás. El también se vio afectado por la descendencia pero de manera mucho más ligera. Ellos vieron desde fuera como el primer hidro simplemente, caía.

Una vez recuperado el control del avión, una vez centrado en cabina, dio unas cuantas ordenes para apartar las mentes de la tripulación de lo ocurrido y comunicó que abandonaba el incendio. Volvía a base. Minutos después el resto de medios aéreos hacia lo mismo.

La explicación más probable, el avión estaba volando dentro de una masa de aire que por algún motivo comenzó a descender. Al estar lejos de cualquier ladera podemos descartar el descenso de sotavento. Podría tratarse de un cumulonimbo muy potente en altura o de una nube rotor provocada por la onda de montaña. El caso es que ahí no hay nada que hacer. El avión sigue volando en la masa de aire, pero la masa de aire cae, desciende, y tu y el avión, caéis con ella. Dependiendo de muchas variables es posible que la masa de aire se estabilice en altura, o que caiga hasta el suelo. Si cae hasta el suelo, como fue el caso, que el avión se estrelle o no, no esta en manos de ningún piloto.

3 agosto 2009

Prioridades

Siempre me ha resultado curioso ver lo rápido que varían las prioridades o las preocupaciones de uno dependiendo de este o de aquel acontecimiento.

Hace cuatro días, con buen criterio, alguien en las altas esferas decidió sacar nuestros dos aviones de la burbuja gallega y llevarlos allí donde hacía falta. Toda España quemándose y nosotros aquí sin hacer nada. Así pues, tres de las cuatro tripulaciones que estábamos aquí volaron a nuestra base en Zaragoza y comenzaron a operar con el resto de nuestra flota en Lérida, Tarragona, Teruel, Cuenca y Castellón.

Con una sensación agridulce yo fui uno de los que me quedé en el suelo. Agridulce porque uno siempre quiere participar cuando algo gordo se monta. Tres, cuatro, cinco días volando a tope en incendio es algo bastante guapo, pero por otra parte mi chica acababa de llegar con la intención de pasar unos días aquí conmigo y no era plan dejarla aquí tirada, pudiendo evitarlo. Así pues, le cedí el puesto al piloto que inicialmente se iba a quedar aquí en dique seco, y este inmediatamente aceptó.

Yo realizando una descarga en el Festival Aéreo de Vigo

Sin aviones en Santiago, me disponía a disfrutar de unas mini vacaciones. Un poco de turismo y un poco de surf, pero todos nuestros planes se vieron truncados por un imprevisto accidente. Llegando a la Coruña, en la autovía, la señora María que conducía el BMW que me precedía decidió frenar a tope justo cuando yo me disponía a adelantar. ¡Babummm! ¡Leñazo! ¡Cagüentó y la señora y su progenitora! ¡Si es que deberían soltarlos a todos en Madrid para que aprendan a conducir! Varios improperios más pasaron fugazmente por mi mente, teniendo claro que la culpa siempre la tiene el que va detrás, pero bueno... Gracias a dios no nos ocurrió nada, pero mi coche descansa desde hace tres días en un taller en dicha ciudad, con el morro, la rueda, la puerta y parte del motor destrozados y a la espera de ser arreglado.

Por eso decía lo rápido que cambian las preocupaciones de uno. Recuerdo perfectamente ir pensando en lo bien que se lo deberían estar pasando mis compañeros volando, recuerdo haber pensado en los días de surf que iba a disfrutar a cambio, recuerdo haber vivido a cámara lenta la colisión con el coche, recuerdo haber pasado a preocuparme por si estábamos todos bien y al ver que así era, pasar a preocuparme por mi destrozado coche y por cómo demonios iba a viajar en cinco días a Madrid y a los dos días a Zaragoza para seguir desde allí la campaña de incendios.

Ahora lamento perderme los días de surf que me pudieran quedar esta semana, pues sin coche, no tengo manera de moverme, pero gracias a dios no tengo más que pensar que muchísimo más preocupado, triste y enfadado estaría si simplemente, y por decir algo, mi chica se hubiera roto la muñeca en el accidente.

26 julio 2009

Marea

Tras varios días en los que ha habido de todo, desde mar calma, hasta olas y corrientes que me convencieron de no entrar al agua, ayer los dioses se pusieron de acuerdo y nos regalaron las mejores olas que he tenido el placer de disfrutar hasta el momento.

La previsión era de uno a dos metros. Llegué a la playa pronto, con marea alta. No tenía mejor cosa que hacer que disfrutar de un día en la playa así que no fue problema el esperar. Dos días antes las condiciones fueron parecidas. Entonces entré al agua con la marea comenzando a bajar, en la zona en la que habitualmente he estado surfeando. Y no estuvo mal, no estuvo nada mal. Tras tres horas en el agua la marea había bajado lo suficiente como para que esa rompiente dejase de funcionar. Salí del agua y recogí las cosas, satisfecho. Pero algo ocurrio entonces. En el otro extremo de la playa, donde la marea baja deja entrever más rocas de las que a mí me gustan, no menos de cinco surfistas entraban al agua. Me quedé observándoles. Con marea baja, con esas condiciones, una ola preciosa se formaba periódicamente. El mar plano, sin corriente, sin viento, pero la ola seguía formándose... Estaba yo demasiado cansado para volver a entrar al agua pero me quedé con las ganas, y sobre todo con el dato. Estas condiciones y la marea bajando.

Así pues llegué con la marea terminando de subir. Me acerque a la playa y vi que, tal y como esperaba, las condiciones eran muy parecidas a las del otro día. Volví al coche y comí. Dormí un rato, con idas intermitentes a la playa para ver cómo iba evolucionando el mar. Saque mi libro y me dejé absorber por el vuelo en la segunda guerra mundial durante algo más de una hora. Un vistazo al reloj. La hora se acercaba.

Poco a poco el agua fue poblándose de surfistas. Algunos más ansiosos que otros. Todavía es pronto. Verlos flotando, mecidos por las incipientes olas me transmitía una sensación de calma, de tranquilidad. El sol comenzaba su largo descenso hacia el horizonte.

Pasadas las seis de la tarde llegó mi momento. Cogí la tabla y baje a la arena. Como siempre observé el mar. Las rocas comenzaban ya a ser claramente visibles. No menos de diez surfistas estaban en el agua. No me convencía donde estaban situados algunos de ellos. Supongo que será por sus tablas cortas o tal vez por su experiencia, no lo sé. Mas adentro, dos longboards esperaban con paciencia las olas más grandes, olas que sin rompen resultaban difíciles de coger con una tabla corta. Varios bodyboarders cogían algunas olas todavía más cerca de la orilla.

Nada, mi sitio esta ahí adentro. Con mi tabla sé que puedo remar y coger esas olas con relativa facilidad. No sabría como definir las olas que se formaban y tampoco tengo experiencia para compararlas. La ola salía de la nada. El mar en calma producía regularmente una serie de suaves ondulaciones que terminaban convirtiéndose en olas de metro y medio o dos metros perfectamente formadas. En su altura máxima avanzaban durante bastante tiempo sin romper, y cuando lo hacían era de forma suave y progresiva, a derechas.

Era la primera vez que estaba en el agua con tanta gente en una rompiente tan reducida. Como no quería molestar lo primero que hice fue situarme mucho más adentro de donde estaba la mayoría. Tan solo las longboard estaban algo más adentro. Como siempre, costó entrar. Estuve un rato observando cómo actuaba la gente y viendo como evolucionaban las olas, ahora, desde la retaguardia de las mismas. Pasados algunos minutos me di cuenta de que desde donde yo estaba, podía coger olas. El resto de la gente no parecía interesado en entrar donde yo estaba, no sé si por que preferían la mayor frecuencia de las olas más pequeñas, que rompían obviamente más afuera, o si por sus tablas no podían remar y coger estas olas. Total, que viéndome ya ubicado y tranquilo y disfrutando del momento, remé mi primera ola del día...

Jamás antes había disfrutado tanto. Jamás antes había descendido paredes tan perfectas. Jamás antes había surfeado olas durante tanto tiempo. Jamás antes me había dado tiempo a sentir la ola como si fuera a cámara lenta. Podía sentir perfectamente la remada, la fuerza de la ola, el take off, la potencia del descenso, podía asombrado echar la vista atrás y observar cómo evolucionaba la ola para después maniobrar en la pared y orientar mi tabla para seguir disfrutando de esa preciosa ola durante muchos segundos, podía ver al resto de los surfistas remontando, podía verles sumergirse debajo de mi ola, podía ver cuando y como me acercaba a las amenazantes rocas y podía literalmente decir "hasta aquí" para después girarme y saltar desde mi tabla sobre la ola jejeje. Tal vez esta no sea la manera más ortodoxa de salir de una ola, pero siendo la primera vez que surfeaba olas de este pelo, fue lo único que se me ocurría para detener mi inexorable aproximación a las rocas jajaja.

Al final, para mi sorpresa, me quedé solo en el agua, con otro chaval que también estaba aprendiendo y que probablemente tendría diez o doce años menos que yo. Me sigue sorprendiendo lo poco, entre comillas, que esta la gente en el agua. Tal vez sea porque con el paso del tiempo la gente termina por cansarse, tal vez sea por que consideren que las olas no son lo suficientemente buenas o tal vez tengan que volver a casa sin más, pero el caso es que me sorprende quedarme siempre de los últimos.

Disfruté cada momento, cada descenso, cada pared, cada caída, cada golpe, cada revolcón y por supuesto, sufrí cada remontada.

Disfruté cada ola como jamas hasta ahora.

21 julio 2009

Vigo

Ese día las condiciones meteorológicas en Santiago no eran excesivamente buenas

De un día para otro me vi nombrado para volar en el Festival Aéreo de Vigo. El viernes tuvimos una ventana para entrenar en la zona de la exhibición, aunque básicamente nos dedicamos a reconocer y evaluar la playa de Samil, pues yo no la conocía. No es excesivamente grande. Si el mar está muy movido la distancia de carga se alarga. Rocas a ambos lados, edificios y la marea el domingo a esa hora, baja. Todavía me sorprendo a mi mismo cuando miro el estado de la marea antes de salir a volar. Mirar la meteo es normal, ¡pero las mareas jajaja!

Gracias a dios el mar no podía haber estado mejor. Muy, muy calmado, lo que nos permitió realizar cuatro cargas y parar el avión. Nos acercamos a la orilla, saludamos desde la escotilla y volvimos a salir para realizar un par de pasadas más. Le exhibición bastante tranquila; fluida y bien encadenada. Nada que ver con aquel incidente que ya relaté ocurrido en el Festival Aéreo Ciudad de Valencia...

Lo único a destacar, como siempre aquí en las galias, el tiempo. El campo estaba en instrumental, visibilidad justa y el techo a 1000 pies; salimos en visual especial, volando por debajo de nubes muy, muy bajas, colándonos por los valles hasta salir al mar. Y a la vuelta, más de lo mismo.

Me encanta...

19 julio 2009

Delfines

Me lancé a la piscina. Venga, hoy vamos a probar esas playas más al norte. El poco mar de fondo venía del noroeste y la previsión de viento era norte, así que la playa a la que había estado yendo estos días no iba a ser ninguna maravilla. Un vistazo rápido al Google Maps, algo de comida, una botella de agua y al coche. Setenta kilómetros gallegos después, que equivalen a hora y media de viaje, llegué a la primera playa. Preciosa, enorme, desierta, pero sin olas. Cagüentó. No pasa nada, total, hoy no tengo nada mejor que hacer; es un buen día para investigar y reconocer toda esta costa. Continúo más al norte y nada. Dudo. Sigo o vuelvo. Venga, un poco más. Otra playa pero ni rastro de las olas...

Un delfín y su pequeña cría

Tras comer algo decido deshacer lo andado y poner rumbo a la que ya considero mi playa habitual. Se que no va a ser gran cosa, pero por lo menos siempre hay olas. Aunque sea un baño me doy. Me armo de paciencia, subo al coche, conecto el iPod y una hora después llego a mi playa. Ahí están las olas. Pequeñas, pero relativamente limpias. El viento ha rolado un poco y sopla con un ángulo de 45° desde el mar. Cojo la tabla y según me acerco a la playa veo que hay dos surfistas en el agua. Entro y les saludo. Una vez más el periplo ha valido la pena. En cuanto coges la primera ola casi todo vale la pena.

Perdida mí vista en el horizonte, esperando la próxima ola, mi visión periférica capta algo que sale del mar, a escasos cinco metros de mí. ¡¡¡Mecagüentoloquesemenea!!! ¡Una aleta del tamaño de mi cabeza! Tras el sobresalto inicial identifico a la bestia marina que amenaza mi vida a escasas decenas de metros de la orilla: ¡Un delfín! ¡No! Uno no, ¡tres!, espera, ¡cuatro por lo menos! La familia parece haberse acercado a curiosear, mmm otra vez estos humanos flotando a la espera de las olas... Y tras un par de resoplidos, tras enseñarnos sus aletas y sus lomos grisáceos, se alejaron silenciosamente, indiferentes hoy, sencillos, fundiéndose con el océano... con su océano.

Una vez más, valió la pena.

12 julio 2009

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